Es inevitable, llegan las preguntas: ¿Por qué cambiar tu espacio azul, el habitual, donde convocabas diariamente a tus vecinos?; llegaban atraídos por tu abrazo, por tu sonrisa, por ser amable, paciente, discreta, cortés.
Llegaban porque era la madre tierna de la vecindad; llegaban para que tu soledad nunca fuera tuya; llegaban para que el dolor no hallara espacio en tu corazón y por querer arrancarlo de tu cuerpo.
¡Cuánto quisimos soliviantarte en el espacio crucial que casi auguraba tu partida! ¡Cuánto quisimos llevarte a tu jardín, a tu rinconcito donde tus flores tropicales y sencillas te escuchaban decir, “mire ésta, florece, es una enredadera muy antigua y el caminante, percibía el olor de los jazmines y el suavísimo perfume de su piel.
¡Cuánto quisimos que el mundo todo supiera que en ese recodo humilde de la patria, vivía una mujer de una ya extraña estirpe, una mujer aliada de los dioses, de la música, de la enseñanza, de la generosidad, de la cultura.
Una mujer valiente que con su abanico espantaba los borres, y sonreía con una hermosa dignidad, con una sublime dignidad.
Ahora no preguntaré: ¿Qué hará los rezos, tus avemarías, tus rosarios, ¿Dónde tu virgencita, tu sagrado corazón de Jesús?; ahora, ya rezas por nosotros, por tus hijos, nuestro Dios te escucha y tú con infinita veneración le contempla, y entre alabanzas y perfumes de eternidad, solicita el pan para tu pueblo, su techo, su vestido, su espacio para la cultura, su lienzo tricolor, su paz y el color, el sonido inacabable cristalino y luminoso del amor.
¡Sea Dios por siempre!
¡Miriam Kalaf siempre!
Por Luz Selene Plata
Misa de Novenario, Catedral Santa Ana 19 de febrero, 2014