Estos señores que «ayudan» (entre muchas comillas) a estacionar los carros en la vía pública son unos curiosos personajes, producto de la divertidísima e infinita picaresca dominicana. Su origen es incierto y muy variado pero casi todos suelen ser una mezcla de tiguere de barrio con padre de familia, los cuales un buen día, hartos de trabajar, o de no trabajar, deciden dedicarse a este curioso menester, bastante más lucrativo y cómodo que fajarse a poner ladrillos o bajar el lomo en un surco ajeno.
Son los que pudiéramos llamar los Ingenieros de Parqueo. Verdaderos profesionales de vivir del picoteo a costa de otros, o de aplicar un eficaz chantaje psicológico en el noble arte de obtener propinas.
Su manera de iniciarse en la profesión es muy interesante. Primero, escogen una acera con potencial y de buenas a primeras comienzan a indicar quién, dónde, cuándo o de qué manera debe uno estacionar, como si ellos fueran quienes tuvieran la licencia de manejar y no los conductores que han pasado sus buenos sustos hasta aprobar esas benditas maniobras después muchos intentos fallidos.
Como son altamente territoriales, a los pocos días ya tienen un gran sentido de propiedad, la acera es suya por definición y no del Ayuntamiento, ni de los ciudadanos que han pagado sus buenos impuestos para ello, e inclusive, en un acto de caradura tridimensional algunos llegan a imprimir sus propios boletos para cobrar el parqueo de manera «oficial».
Entre su rica diversidad se pueden observar interesantes categorías, primero están los Parqueadores Puros, que cobran sin hacer nada más que allantar con los brazos, diciendo ¡dale¡ ,¡dale!, y finalizando con un ¡ todo bien ¡ o un ¡le echamos el ojo, licenciado!.
Después, siguen los Parqueadores de Trapo en Mano, luciendo como única herramienta laboral unos paños que alguna vez en sus lejanos orígenes fueron blancos o rojos, y acabaron en un indefinible gris de sucio o rojo mancha de taller mecánico. Estos individuos además de cuidar el carro, limpian los vidrios con tal arte que suelen quedar más sucios al final de la operación que al inicio de la misma.
Por último, quedan los Parqueadores Lavadores quienes con una lata llena de turbia agua jabonosa y una esponja con más agujeros que un queso francés de Gruyere, amenazan con lavar el carro de la manera más rápida y chapucera posible, con riesgo de rayar pintura de la carrocería, o rociarlo con abundantes bacterias de cuneta.
Dado que esta categoría laboral está en franco crecimiento por la crisis, sugerimos que las universidades del país, incluyan en sus currículos la carrera de Ingeniero de Parqueo, con una duración de tres años para el nivel de Técnico y cinco para alcanzar el grado Superior. Quién sabe si se pudiera ir pensando después en el Doctorado. Tal como van las cosas…