Todos nos hemos emocionado alguna vez en esta vida. Hemos sentido esa sensación sentimental de cantar, sonreír, buscar a Dios y alabar la propia existencia, por las cosas que en ese momento han pasado. Y es que las emociones surgen por diversas razones: conseguir un trabajo, obtener algún beneficio, una sorpresa recibida por la llegada de un miembro más en la familia. En fin, toda buena noticia provoca una emoción momentánea en el ser humano, que nos lleva a sentir que vale la pena vivir y que no todo es malo en este mundo.
Pero las emociones son una espada de doble filo, porque así como suben, bajan, de igual manera que puede aparecer un sentimiento de alegría, se efectúan de tristeza. Por eso algunas personas suelen comparar las emociones, con la acción de destapar una Coca Cola, porque al instante se suele escuchar un sonido agradable que, al segundo desaparece. Lo que podemos deducir a partir de esto, es que las emociones no son realidades, no son terrenos firmes, no podemos poner nuestra confianza en ellas, porque nos pueden engañar y llevarnos al fracaso.
Sin embargo, las emociones deben estar unidas a la realidad. De aquí que las grandes decisiones no se pueden tomar cuando el corazón está emocionado. Por eso antes de una persona, casarse, mudarse, asumir un proyecto interesante, firmar un contrato de trabajo, aceptar a Dios en su corazón, entre otras cosas, primero debe analizar y pensar bien ese paso que dará. Además, dice una frase conocida: “En momentos de crisis no se toman decisiones”, ya que las emociones nos pueden nublar la razón, y llevarnos hacer cosas que después nos den ganas de arrepentirnos, por no haber pensado mejores las cosas.
Seamos realistas, las emociones han hecho que se comentan muchos errores en esta vida. Por ejemplo: abandonar un trabajo por una ofensa recibida, la separación de una pareja porque le hizo algo que no le gustó al instante, en un accidente de tránsito una persona mata a otra porque chocó su vehículo, entre otros hechos que se dan en la vida cotidiana que dejan terribles consecuencias. Todo esto ha pasado precisamente porque las emociones no son la realidad, son sentimientos espontáneos que invaden momentáneamente, al ser humano.
En definitiva, así como Ricardo Arjona dice que: “las nubes grises forman parte del paisaje”, podríamos decir también que las emociones forman parte del ser humano, pero no lo determinan, porque no somos puras emociones, ya que si fuera así, seríamos como poetas que viven en la luna, olvidándose de que viven en la tierra. Por tanto, las emociones ni son buenas ni malas, solo son reacciones que ponen a prueban nuestra madurez humana. En otras palabras, emocionarse está permitido, pero vivir de emociones y reducir la vida a ellas es dañino. De aquí que nada importante debe ser asumido en la vida por emociones, ni si quiera lo espiritual, porque al final, las emociones desaparecen y la realidad se queda.
