Cada día me despierto y sigo la misma rutina, ignorando los pensamientos que me agobian sin siquiera haber empezado del todo el día, elijo la canción con la que empezaré la mañana mientras observo que la claridad se está colando en el salón, que el cantar de las aves se mezcla con el sonido de los autos, y a la gente que va apresurada a través del balcón. Tomo mi café y luego me ducho, alcanzo la camisa que, con una copa en mano, la noche anterior planché, para seguir con mi rutina, pero esta vez, desde la oficina.
El camino que recorro me deja la misma sensación amarga de todos los días, pues me incomodan los choferes y sus espantosas bocinas, que me avisan, que el semáforo ya cambió, como si no fuese capaz de notarlo por mi cuenta. Y es ahí cuando te pienso a ti y a tu consejo de ir en bici al trabajo, de sentir el sol en la piel y la brisa en el pelo.
Y llego a la oficina, recordando tus palabras y las tantas veces que me dijiste que le sonriera a todos, a pesar de mi estado de humor, que en ocasiones no es el mejor. Y es ahí, donde vuelvo y te pienso, porque vas por la vida con una enorme sonrisa, algo que yo nunca supe hacer.
Pero esa mañana fue diferente, porque no hubo rutina, porque no me pude parar de la cama, porque tú no estabas; y me costó escuchar el ruido de tu ausencia en vez del de tu canción favorita, porque no endulzabas mi café ni escuchaba tu risa bromeando sobre lo rápido que caminaban las personas, y no te sentí acomodar el cuello de mi camisa mientras me decías que la planché mal.
Porque te extrañé a ti y a tus costumbres, extrañé la calidez de tu piel canela, el largo de tu cabello, la dulzura de tu voz; el contraste entre tú y yo, porque de una manera u otra encontrábamos la forma de encajar, de ser uno solo. Y me pregunté si seguías sonriéndole a la vida, si seguías esparciendo alegría y dejando un pedacito de ti en cada persona que se perdía en tus ojos.
Aparte del dolor de tu ausencia, también me persigue el arrepentimiento, pues cambié lo que era de mí para ser mejor persona y así agradarte a ti; no solo cambié el color de mis paredes, el largo de mis cortinas y el grosor de mis sábanas, cambié mi esencia, y detalles de mi apariencia.
Reconozco que no puedo seguir así. Pero yo quiero seguir así, ahogado en tu recuerdo y en el lamento por haberte dejado ir, o quizá, porque te hice ir. Y soy egoísta, porque te elijo a ti antes que a mí, te elijo una y mil veces, te elijo aún ahora que ya no estás; te elijo en el momento en que te elegiste a ti, y siempre fue así; siempre fuiste tu prioridad, tu paz, tu felicidad, mientras yo me hundía en la miseria.
Y sigo siendo egoísta, porque daría lo que sea, por volver a lo que fuimos, por volver a ser, a coexistir, pero presiento que no te sientes de la misma manera, que estás mejor sin mí, y muy en el fondo de mi ser, he aceptado que no vas a volver. Pero veo tu llamada perdida y me imagino que algún día cruzarás mi puerta por segunda vez.
Me duele pensar que aquella mañana, si hubiese hecho caso al primer llamado de mi alarma, no me hubiese cruzado contigo, y años después no estaría aquí, quizá estuviese en un café, o en la playa, pero, sin dudas, sería feliz.
Pero esta vez mi día empezó sin rutina, porque en esta pequeña prisión no hay más que recuerdos de ti y de los errores que cometí. Me pregunto si la historia de nuestro amor en su momento debí contarla al psicólogo y no a la policía.