Es un don maravilloso tener familia. Es una gran dicha, sentir la cercanía de las personas que llevan el mismo tipo de sangre que la nuestra. Pues, no es un secreto para nadie que en los acontecimientos más importantes de nuestra historia personal, generalmente quienes están presentes, son nuestros parientes. Es decir, madre, padre, hermanos, tíos, etc. A lo mejor, porque como dice el refrán: “La sangre pesa más que el agua”. Por esta razón, es que se hace posible que podamos reconocer su valor incalculable.
No hay familias buenas ni malas, simplemente existen las familias. Pues, cada uno tiene su propia realidad. O sea, riqueza y pobreza, dichas y desdichas, aciertos y desaciertos. Porque la familia está compuesta por seres humanos, que aunque compartan una misma tradición, creencia y credo, las decisiones de los miembros son individuales. Porque el sentido de familia está en la unidad, respetando siempre la libertad, la dignidad y la originalidad de quienes la componen. Ya que el concepto de familia, no es sinónimo de unicidad, no se trata de pensar y actuar todos de la misma manera, sino más bien, de buscar la forma de vivir la unidad desde la diversidad.
La familia es la que da origen a todo. Es nuestro primer hogar, nuestro refugio y nuestra fortaleza en tiempos difíciles. En ella es donde vamos cultivando lo que somos y queremos ser. Quien tiene familia, puede y se le hace posible lanzarse al mundo en búsqueda de sus sueños y fantasías; es la que nos ayuda a levantarnos cuando nos caemos. Sin la familia, hace casi imposible recomenzar cuando las cosas no suceden como se esperan, porque es precisamente dentro de ella donde recibimos la fuerza y el ánimo de seguir en el mejoramiento de nuestra humanidad.
Hoy más que nunca se hace necesario valorar y amar a nuestra familia. Darle el honor y la valoración que se merecen. Pues, si quitamos de dónde venimos no sería posible tener vida y tampoco la posibilidad de pensar hacia dónde vamos. De aquí que, el agradecimiento por la familia que nos toca, y dejar a un lado las cosas que quisimos y que nunca se lograron. Además, hay que dejar claro que nadie elige la familia que tiene pero sí puede decidir la familia que le gustaría tener con el empeño y la dedicación de cada uno de las personas que la componen.
En definitiva, no hay categorías familias. No podemos decir que las familias se dividen en primera, segunda y tercera clase sociales, porque si fuera de este modo, entonces desde el principio Dios fue injusto, porque inclinó la balanza para un lado más que para el otro. En otras palabras, hay que centrar nuestra mirada en las fortalezas que hemos recibir de nuestro nido familiar, amando y respetando lo recibido de nuestras padres, porque vivir de comparaciones y de aspiraciones egoístas, es olvidar que la familia verdadera no es la perfecta, sino la que es humana y solidaria con el dolor de sus miembros.