La vida es lo más sagrado que tenemos. Hacer consciente el aliento vital que hemos recibido de Dios, es un don, una gracia, una dicha que no tiene precio, y más aún cuando nos damos cuenta que ese soplo, fue dado a través de una familia. Por consiguiente, cuando se sabe esto, se puede ver claramente la incidencia que tienen los demás en nosotros, de modo especial, los más cercanos en nuestras vidas: la familia. Pues ellos son, quienes van construyendo lo que somos de una manera tan puntual, que los priorizamos ante cualquier realidad exterior que se nos presente, y lo hacemos por el valor que poseen en la escala de las cosas importantes en nuestra existencia.
Es interesante ver como los diccionarios, enciclopedias, y otros libros de conceptos generales, siempre tienen una idea común a la hora de abordar una definición de familia, tales como por ejemplo: “célula, centro, fundamento, eje, entre otras”. Dejando entre ver con ello, que la familia es una vena trascendental en nuestro ser. Que cada miembro se vuelve parte de nuestra respiración diaria. Que familia no es un capricho, una casualidad momentánea que pasó de moda, sino que es rostro humano, hecho fraternidad y compañía sincera.
Todos tenemos una familia. Nadie se encuentra solo en este mundo. Contamos con hombros para apoyar nuestra cabeza, cuando el camino se hace oscuro. Una mano amiga, que difícilmente nos diga que no, al presentarse cualquier dilema humano. Su amor es tan grande que vendrán en nuestro socorro, porque nos aman, conocen nuestros defectos y nuestras virtudes. Van a estar cerca de nosotros siempre, aunque quizás en distintas ocasiones nos alejemos, por buscar independencia, nuevas vías de conocimientos y experiencias personales.
Nunca podemos instalar a nuestras familiares en un segundo plano, ya que desde ese mismo día, nuestro ser poco a poco irá perdiendo sentido, lo que somos morirá lentamente. Esto provocará que el norte de los planes y proyectos a realizar, se pierdan. Que la oscuridad de la propia soledad, haga que desviamos el camino, y todo por ignorar nuestra propia familia, por permitir que realidades exteriores torcieran el sendero correcto que cierta vez seguíamos, y paulatinamente seremos conducidos al fango, a la orilla, al pantano de nuestras ideas erróneas.
Coloca siempre a los tuyos en el centro. Donde siempre los puedas ver. Por más conocimiento, reconocimiento o prestigio que alcances, maten cerca de ti, la familia. No olvides jamás de dónde vienes y con quienes creciste. Por tanto, se agradecido, valora el tesoro de la familia; con sus penas y sus alegrías, es familia. Por más conflictos o dificultades que observes, recuerda la frase: “ama, perdona y olvida, hoy te lo digo yo, mañana te lo dirá la vida”. Porque al final, todos te podrán abandonar, olvidar o borrar tu nombre, pero un rostro, unas manos cariñosas, te dirán: “ven, que tienes una familia que te quiere y valora lo que eres”.