Al acercarnos al cincuentenario del establecimiento de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña hemos estado reflexionando sobre la escasez de testimonios escritos por profesores y estudiantes fundadores de dicha Institución.
La riqueza documental sobre el Movimiento que renovó las antiguas estructuras y modo de pensar de la “Universidad de Santo Domingo” contrasta con lo exiguo de los testimonios y remembranzas de los profesores expulsos.
Es preciso, para enriquecer la verdad histórica, que los tesoneros esfuerzos para fundar una nueva Universidad, en las postrimerías de la Guerra de abril de 1965, sean ventilados y esclarecidos, para beneficio sobre todo de las nuevas generaciones.
Los “Expulsados”, idealistas y perseverantes, lograron cristalizar el sueño de establecer unas institución docente donde todos los esfuerzos y desvelos estuviesen encaminados solamente al estudio y a la investigación; donde interminables discusiones políticas y eternas “movilizaciones” no distrajeran la atención.
Crear ese oasis centrado sólo en la docencia y la investigación, en aquellos tiempos tempestuosos de grave violencia política, fue tarea infatigable y dificultosa pues suscitó en muchos adversarios el desdén, las burlas y el desprecio.
“La Escuelita”, canción de todos los infantes dominicanos y “la Universidad de los riquitos”, eran insultos menores a los que ya estábamos acostumbrados: el más grave era el de pertenecer a la odiada clase de los “Burgueses reaccionarios”, los que estábamos en diabólico contubernio contra “las clases populares”.
En realidad no teníamos mucho tiempo ni disposición para sentarnos a rebatir tanta hostilidad y menosprecio, pues “La Escuelita” requería de nosotros los estudiantes una dedicación exclusiva.
Como estudiantes fundadores de Medicina sufrimos más que los demás; los tres años de la “Pre-Médica” inmersos sólo en ciencias básicas, nos hacían sentir mal cuando nos tildaban de meros teóricos, pero cuando ingresamos a los cuatro años de la Escuela de Medicina, fuimos adquiriendo una sólida y envidiable experiencia hospitalaria: con nuestra disciplina, puntualidad y dedicación fuimos ganando poco a poco el respeto y el reconocimiento de toda la comunidad médica nacional e internacional.
Soportamos con dignidad y entereza, y de ahí sacamos nuestro invariable respeto y tolerancia hacia los que difieren de nosotros en sus opiniones.
¡Cuán hermosa la experiencia de disfrutar de la sabiduría del “Maestro entre Maestros” Dr. Alejandro Capellán: anatomista insigne aquí y en cualquier parte del mundo! ¡Como escuchábamos boquiabiertos las magistrales exposiciones del humanista Dr. Miguel Piantini! ¡Como nos agolpábamos en las conferencias del Dr. Pablo Iñiguez, cuya clase sobre la degeneración progresiva y la muerte de la célula hepática en la cirrosis, casi nos hizo romper en sollozos!
¡Inolvidables las doctas enseñanzas del Dr. Luis ML. Baquero, con sus didácticas exposiciones del desarrollo psíquico del ser humano! ¡Singular la destreza artística que regalaba el Dr. Ulises Pérez Plácido en sus notorias clases de Embriología.
¡Y qué premio el haber sido discípulos de “Maestros de la Medicina Dominicana” como los doctores Teófilo Gautier Abreu, (q.e.p.d); Mariano Defilló Ricart, Federico Lavandier, Julio Ml Rodríguez Grullón, José Joaquín Puello Herrera- por citar sólo algunas- por razones de espacio- de las figuras estelares de la Ciencia Médica Dominicana.
Los egresados de la Escuela de Medicina de la UNPHU no nos hemos distinguido, y esto lo reconocemos, por participar de forma activa en la política de partidos, pero sí nos atrevemos a afirmar que hemos cumplido con nuestro deber de médicos; que hemos sido dedicados en el ejercicio de nuestra profesión, y que los que hemos sido docentes siempre hemos tratado de emular a nuestros ilustres predecesores.
Nunca hemos estado desvinculados de nuestra realidad social y sanitaria, y siempre hemos dedicado nuestros máximos esfuerzos a colaborar en el alivio de la enfermedad y el sufrimiento de nuestros compatriotas.
Ojalá que este sencillo escrito estimule a otros profesores y estudiantes a publicar sus testimonios, para que ahondemos en el conocimiento de ese período particular de la medicina dominicana.
Recordamos con gratitud a nuestros maestros, quienes en circunstancias tan adversas nos brindaron con generosidad, con el máximo desprendimiento, todos sus conocimientos y experiencias.
Lástima que no hayamos podido ni acercarnos a poseer ni un mínimo de la sabiduría y erudición que ellos ostentaron, pero tengan la certeza de que no ha sido por falta de deseos y de empeño.
Dr. Román Brache Sánchez.
Estudiante fundador, y del primer grupo de egresados de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. 1966-1973
Dr. Roman Brache S.
Dermatologo, Centro Medico Doctor Ovalle, San Fco. de Macoris, República Dominicana.
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