El neoliberalismo es un recetario de políticas económicas que surge como reacción a la ortodoxia keynesiana de posguerra, corriente económica que gira alrededor de la acción del Estado como agente promotor y regulador de las fuerzas económicas del mercado; se asume la premisa de la incapacidad de autorregulación del mercado sin que genere efectos distributivos perversos.
Con el nuevo orden mundial (NOA) que surge de la posguerra, el neoliberalismo encuentra el espacio natural para su desarrollo, situación que trae consigo la entronización de la hegemonía en el orden político económico de los Estados Unidos, no sin antes erigirse sobre las cenizas del Estado de Bienestar con el apoyo de toda la arquitectura financiera e institucional internacional creada en Bretton Woods en 1945, que dio pie a la creación del FMI, Banco Mundial y el GATT (Hoy OMC) .
La liturgia neoliberal asume como ideas distinguibles, la intervención estatal mínima desde una perspectiva redistributiva; la limitada inversión social del Estado; la mercantilización de espacios naturales; la privatización o liquidación de las empresas estatales; la congelación de los salarios en general; el aumento de los impuestos indirectos; la promoción de políticas fiscales atractivas al gran capital financiero; la intervención sobre las variables macroeconómicas desde el lado exclusivo de la oferta; la manipulación y fomento del consumismo a través de la publicidad, entre otras no menos relevantes.
Este fardo de medidas de política económica tuvo su primer ensayo en el Chile de Pinochet, sin embargo, encontró su sustento práctico e ideológico desde los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en Inglaterra y Estados Unidos a finales de los años 70’s e inicio de los 80’s. Desde ahí, fue ganando terreno hasta constituirse en el pensamiento único de la teoría económica posmoderna. Su influencia creció de forma vertiginosa con la ayuda del predicamento de Milton Friedman y la Escuela Económica de la Chicago University, llegando este a recibir el premio Nobel de Economía (1976).
En países de escaso desarrollo, como es el caso de la República Dominicana, el fenómeno neoliberal ha golpeado duramente los sectores productivos nacionales, los cuales terminan siendo devorados por la competencia de los sectores de orientación al mercado externo, sobretodo importador y de exportación de bienes de ensamblaje en la cadena de valor mundial. Estas empresas, que son generalmente transnacionales, aprovechan factores de producción internos de bajo costo (mano de obra, terrenos, impuestos bajos e institucionalidad y normativa endeble) para sus respectivos procesos de exacción de rentas, generando un modelo de crecimiento económico elevado con escaso impacto social.
Este modelo económico permite la coexistencia de un escenario de indicadores macroeconómicos que sugieren progreso material, con otro que desde el plano social revela el reducido impacto de este éxito económico en la pobreza, la desigualdad, la provisión de servicios públicos de calidad y salarios dignos.
A esto se añade un elemento consustancial a los países de escaso desarrollo económico e institucional como es la corrupción, entendida como flagelo que profundiza la acumulación originaria de capital por vías no legitimas; y que erosiona la capacidad de los países de avanzar económicamente, debido al trasvase de recursos desde el sector público — la sociedad es quien aporta los recursos– hacia fines privados, profundizando la exclusión, la injusticia y la inequidad social.
Por lo tanto, la deuda social acumulada en el plano de la inversión en la gente (salud, educación, vivienda, etc.) producto de una economía rentista desprovista de anclaje en la producción interna y orientada tanto al comercio importador como al turismo, se traduce en niveles bajos de productividad e innovación tecnológica que impactan negativamente los niveles de ingresos de los trabajadores dominicanos.
Para que la democracia sea creíble requiere de un Estado capaz de imponer irrestrictamente la Ley sin sesgo de condición social, racial y posición económica. No pueden existir garantías de un sistema democrático funcional sin capacidad recaudatoria y sin gobiernos responsables de gastar con eficiencia; retornando en bienes públicos de calidad los aportes en impuestos de toda la sociedad, sobretodo de aquellos que soportan la carga de un sistema tributario cuyo peso recae en más de 60% en impuestos indirectos, que pagan tanto ricos y pobres por igual.
Es hora de pasar de una economía de crecimiento sin impacto social, a una que haga de su objetivo, el desarrollo pleno del ser humano, que a fin de cuentas es el mayor recurso económico con que cuentan sociedades actuales.