Por Angel Díaz Gil.
Uno de los grandes valores de la Modernidad fue la exaltación de la razón como medida de todas las cosas. A partir de Descartes y su “cogito ergo sum”, toda la realidad del pensamiento y el quehacer del hombre debía pasar por la criba de la razón; es decir, que lo que no pudiera ser “demostrado” por medio de la razón no tenía crédito para ser considerado como algo con valor de verdad.
Ese endiosamiento de la razón, con el pasar del tiempo, fue cediendo espacio a un estilo más libre del pensamiento tanto a nivel intelectual como en el diario vivir, pasando por el ocaso de la razón hasta considerarse simplemente en una razón instrumental (M. Horheimer). En la actualidad la razón no las tiene todas consigo, o sea, se la pasa desapercibida en los foros de discusión; la trivialidad del pensamiento se abre espacio cada vez más en la mente del hombre postmoderno: un hombre de un pensamiento débil (G. Vattimo), que vive en la era del vacío (G. Lipoveski), cuya vida es líquida (Z. Bauman), o simplemente se conforma con un pensamiento fugaz donde no interesa lo que permanece y lo provisorio es ley de vida; la vivencia del momento presente, el disfrute de la vida sin pensar en nada más ni más allá del momento presente porque es un hombre light (E. Rojas); el hombre posmoderno es una especie de nómada moderno que poco a poco ha perdiendo su propia humanidad; es un hombre sin referencias históricas, pues para él son meta relatos (J.F. Lyotard), completamente desorientado ante las inevitables interrogantes de la existencia y, consiguientemente, insatisfecho e incapaz de realizar todo lo que quiere (H. Montesinos), de ahí que busca compensar esos vacíos en un estilo de vida que no lleva en cuenta el sentido propio de la existencia ni el compromiso social de los individuos, sino más bien, el interés particular.
Ese estilo de vida no deja de ser una realidad en la sociedad dominicana. Lo vemos reflejado en la escasez de líderes políticos, comunitarios, empresariales y religiosos que verdaderamente influyan de forma positiva en la sociedad.
Todo esto es el fruto del ocaso de la razón, del miedo a pensar que experimentamos en la actualidad; no queremos pensar, más aún, no se nos ha enseñado a pensar, porque es más fácil manejar una sociedad que no piense. Nuestro sistema educativo ha sido diseñando para que no pensemos, aunque la ley general de educación dice lo contrario. Una sociedad en donde el pensamiento crítico y cuestionador ha desaparecido no es el huésped habitual en nuestros contemporáneos.
Esto nos habla de la necesidad de implementar políticas educativas concretas que sean capaces de transformar el sistema educacional de la nación. Necesitamos una nueva forma de educar, que no se base en la transmisión de conocimientos, sino que permita a maestros y alumnos construir conocimientos a partir de realidades concretas; es decir, una educación encarnada en la realidad del país, capaz de formar ciudadanos comprometidos con el desarrollo integral de la nación.
Nuestro sistema educativo ha de dar el paso a un nivel más elevado, donde se prepare al estudiante para hacer frente a las realidades de la vida y sea capaz de aportar a las soluciones de los problemas que esta le presenta, así como contribuir al desarrollo de la misma con iniciativas que vayan en pos de la construcción del bien común. Para ello es necesario y urgente enseñar a pensar, enseñar a ser y a hacer.
Mientras no se tome en serio, nuestro sistema educativo seguirá dando golpes al aire y sus resultados serán los mismos: abandono de la escuela y la universidad, y, peor aún, “profesionales” sin capacidad de integrarse al mundo laboral y competitivo de nuestro tiempo, con una mediana o mediocre y deficiente capacitación, con honrosas excepciones.
Hace falta retomar el sendero de una educación que despierte el uso de la razón en el estudiantado nacional, que produzca, si se puede usar la expresión, profesionales y ciudadanos con una conciencia crítica y con la capacidad de integrarse y aportar en la construcción de una mejor sociedad y un mejor país en donde todos y cada uno busquemos lo mejor para todos y no pensemos simplemente en la satisfacción de nuestras necesidades individuales, sino en el bien común.