Señores, uno va por las calles de Santo Domingo y se encuentra con una legión de vendedores por doquier, en las aceras, en los semáforos, debajo de los puentes, en las vías más transitadas, o por las carreteras en lugares que por seguridad no deberían estar, y esto sucede porque aquí es donde se inventaron los chivos sin ley, y también los que se ponen chivos con la ley, que no es igual, ni es lo mismo, como decía aquel eslogan publicitario.
Se ofrecen toda clase de cosas, guayabas, cuchillos, pájaros, perros viralatas puros, alcancías de bambú, discos pirateados… pero hay veces que son mercancías tan raras, tan feas o tan poco útiles, que uno se pregunta ¿quién puede comprarlas? Pero como me decía una catalana muy sabia en vidología (asuntos de la vida) ¨ si algo se vende, es porque alguien lo compra ¨.
Les voy a relatar unos casos curiosos.
Un día iba caminado con un amigo por la tan comercial avenida Duarte, de súbito, vimos un vendedor ambulante que nos ofrecía una pasta dental de una marca con un nombre muy extraño y un diseño de envase horroroso que no inspiraba ninguna confianza, pues parecía más un betún de zapatos que un producto para la higiene bucal.
Cuando le iba a decir a mi amigo ¿quién será el ¨ suicida ¨ capaz de usar ese producto? en ese preciso momento fue él mismo, mi amigo, quien la compró diciendo ¨ es mucho más barata que los dentífricos de marca ¨ Suerte que me quedé con las palabras en la lengua y cerré con cremallera ese órgano llamado boca, que, irónicamente, estuvo a punto de meter la pata.
Otro caso fue viendo a un vendedor de ¨ musús ¨, llevaba una buena ristra al hombro de esos curiosos frutos que cuelgan de un precioso árbol tropical, los cuales una vez pelados, tienen forma de esponjas naturales intensamente blancas y se usan al bañarse para frotarse la espalda y exfoliarse la piel. Justo en el momento que pensaba ¿Quién será el ¨ aburrido ¨ que comprará esos musús? apareció como por arte de magia una señora de semblante alegre y adquirió no uno, sino dos de ellos.
No sólo para romper, sino destrozar, mi escepticismo sobre la comercialización de estos productos. En otra ocasión apareció en el televisor uno de esos anuncios kilométricos que se pasan en múltiples países y dicen muchas veces ¡Llame ahora! ¡Llame ya! El anuncio en cuestión ofrecía una pequeña tarjeta que tenía incorporada una pequeña lupa y esgrimían como principal motivo de compra que si usted iba a un restaurante con poca luz, podía ver la cuenta gracias al aumento del lente.
Siempre pensé que ese producto era una de las tonterías más grandes del universo (y eso que hay muchas). Un día se lo comenté a otro amigo, y justo cuando iba a decirle lo banal de su uso, por suerte se me adelantó y dijo: ¿la tarjetita con la lupa? ¡claro, yo compre una!.
No tuve más remedio que parar en seco la conversación y desviarla hacia otro tema. Por último, otro caso, este de índole familiar.
Yendo hacia el Cibao, tuve que parar en una luz roja y apareció un vendedor de sombreros de fibra tejida, de ala muy ancha, exagerada a lo charro mejicano, y le iba a comentar a mi esposa quién sería el o la ¨ extravagante ¨ que se pondría esos sombreros cuando ella me dijo ¨ qué lindos son, voy a comprar uno ¨, así que no tuve más remedio que callarme, orillar el carro, comenzar el regateo y mi mujer se llevó aquella especie de platillo volador puesto en su cabeza, tan feliz y contenta.
Así que no se extrañen si un día me ven por esas calles vendiendo forlayos cósmicos reticulados, seguro que aparece algún ¨ intrépido ¨ comprándolos. Por cierto, no me pregunten qué son forlayos cósmicos reticulados, porque aún no se han inventado. Ahora, de que en este patio nuestro se venden, se venden.
¡Segurísimo