Era la tercera ocasión en que Chuchú se pechaba con aquel hombre harapiento merodeando los alrededores de su residencia. Chuchú acostumbraba a abrir las puertas de su vieja panadería, la cual suplía del mejor pan de toda la región.
Al otro lado de la calle se divisaba la silueta del vetusto cementerio municipal de aquella zona, construido en tiempos de la dictadura del jefe. De allí parecía haber salido aquel hombre con aspecto cadavérico.
Chuchú lo miraba atento, parecía conocerle desde mucho tiempo. La poca iluminación del sector, unida al cabello en desorden de aquel individuo, dificultaba la tarea de identificar de quien se trataba.
La lámpara del tendido eléctrico con su tono pálido era la única testigo de aquel encuentro entre los dos hombres que permanecían quietos, uno frente al otro, como estatuas vivientes. De repente, la luz de la lámpara adquiere una brillantez inusual, lo suficiente para que Chuchú pudiera identificar al hasta ese momento desconocido. Los ojos de este se abrieron desmesurados al reconocer a quien permanecía de pie frente a él, era Juanito, un viejo amigo y compañero de infortunios de días pasados.
–¡¿Qué hace usted aquí, mi compadre?!- Exclama Chuchú ante aquel hombre, para luego fundirse ambos en un cordial abrazo.
Juanito se había trasladado desde un punto muy lejano para estar allí con su amigo, a quien no veía desde hacía muchos años. Quería saber de labios de Chuchú todo lo que se decía de la última familia que había procreado. No podía creer que su numerosa familia, la que había formado y educado con esmero estuviera siendo acusada de robarse el dinero del erario; que eran unos megas corruptos, y peor aún, que habían renegado de él, de Juanito.
En pocas palabras, el viejo amigo de Juanito le había confirmado lo que este ya sospechaba sobre el accionar de su familia.
El cabello largo y en desorden de Juanito se batía con la brisa fría de la mañana, dos lágrimas rodaron suave por su mejilla. Su cansado rostro dibujaba una amarga tristeza.
Chuchú lo miraba compasivo. Melania su esposa dormía plácida en su habitación, ajena a lo que sucedía afuera. La lámpara había consumido toda la brillantez que había exhibido hasta entonces.
El viento soplaba aún con mayor fuerza, arrastrando una débil y pertinaz llovizna. El cielo se tornaba cada vez más oscuro y triste. El viento parecía mugir al igual que las reses en la ancha sabana.
Un perro sin aparente dueño se retorcía a causa de la sarna que lo consumía. El estruendo de un rayo hizo reaccionar al viejo amigo de Juanito, en tanto, una poderosa ráfaga de viento envolvió a Juanito, trasladándolo hacia la dimensión de la que había descendido.
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