Antes que nada, permítanme recapitular el artículo anterior. Decíamos que todos los actos de los seres humanos son piezas de valoraciones; que los valores son las estimaciones o rangos que cada sujeto le asigna a los objetos, actitudes, conductas…; que son criterios o guías para juzgar; que el término valor es neutro, una especie de balanza; que los valores nunca desaparecen del escenario social, sino que se modifican, cambian y transforman, en razón de que éstos siempre han existido desde que se apertura la humanidad.
En esta ocasión quiero emitir mis consideraciones acerca de algunos conceptos relacionados con los valores que no comparto y entiendo mal utilizados. Entre ellos, aquellos que al referirse a valores negativos los igualan, los homologan a “disvalores, antivalores y contravalores”.
Pues si se ha convenido que el vocablo “valor” es neutro (que no tiene carga por encima de otra), el uso en las anteriores nociones de las preposiciones “dis”, “anti” y “contra” al significar: contrario, opuesto, inverso, antónimo, diferente, etc., entran en contradicción con la naturaleza misma del concepto valor, ya que envuelven a todos los valores (positivos y negativos) y no una parte de ellos, como se pretende que se entienda.
(Por ejemplo, si se dijera que la enfermedad de la COVID-19 es producida por un virus antihumano ¿no significa con ello que solo se refiera a las personas que consideramos buenas o agradables? No, involucra a todos los humanos sin importar las numerosas clasificaciones).
De igual manera es frecuente el uso del concepto “crisis de valores”, como queriendo dar cuenta que todos los valores de una sociedad han entrado en crisis. Más bien se deberían utilizar los conceptos “valores en conflictos” y “valores en crisis”, que no tienen, como veremos más adelante, el mismo significado que el primero.
Desde mi óptica se podría definir el concepto “valores en conflictos” al proceso (que siempre será permanente en las acciones y comportamientos de los individuos y colectividades) mediante el cual un grupo de valores de la misma especie entran en competencia, en lucha titánica por imponerse a sus semejantes opuestos, es decir, a otro grupo de valores, pero de especie diferente. Como es lógico, cada grupo de estos valores en conflictos pasa ocupar un platillo antagónico de la balanza, en el entendido de que cada valor comparece ante la sociedad en sentido positivo como en sentido negativo.
Mientras los “valores en crisis” se presentan como parte del resultado de los valores en conflictos, atendiendo que cuando unos valores (cualesquiera) les ganan demasiado terreno a sus contrarios, colocándolos lo que en juego de ajedrez se le denomina “jaque” (por estar la pieza del rey arrinconada, amenazada o en precarias condiciones frente al enemigo), se produce entonces una crisis de éstos, que tampoco significa su desaparición o “jaque mate”.
Sin embargo, el concepto “crisis de valores” está haciendo referencia de que todos los valores han entrado en crisis, cuando en realidad los que ingresan a la crisis son aquellos valores que están siendo vapuleados por sus opuestos. La realidad que vive hoy República Dominicana nos aporta muchas lecciones para aprender. ¿Cuál ha ganado más terreno en la sociedad dominicana de los últimos 40 o 50 años: el valor de la solidaridad o el valor del individualismo? Por las razones que fueren es el valor de la solidaridad el que está hoy en crisis y no el individualismo.
El concepto “crisis de valores” es a mi juicio una distorsión (intencionada o no) que siembra confusión, pesimismo y espíritu derrotista en la población. Lo que existe en República Dominicana son algunos valores en crisis, que por desgracia son aquellos que se necesitan urgentemente realimentar y vacunar contra el malsano virus del neoliberalismo que por espacio de medio siglo ha infectado con su veneno todos los órganos sociales, promoviendo sistemáticamente (en especial en nuestra juventud) el “sálvese quien pueda”, “coge lo tuyo, no sea pendejo” y “aprovecha la oportunidad sin importar medios, ni formas, ni ética, ni moral”. El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en el poder (gerenciado por Leonel Fernández y Danilo Medina) del que el pueblo se acaba de desprender, fue un fidedigno y genuino ejemplo de esa política privatizadora, egoísta y antihumanista neoliberal.