Vivimos en un mundo donde todo tiene fecha de vencimiento. Habitamos en un planeta en el que las cosas por más hermosas y fabulosas que sean, siempre caducan, pasan de moda, y terminan, tarde o temprano en un segundo plano. Y no puede esperarse más de ahí, porque somos seres limitados y situados; dependemos de un contexto, de un tiempo, de un clima y de otros factores para realizar cualquier plan o proyecto que nos forjemos. En el fondo, eso lo sabemos, pero se nos olvida justamente por nuestro deseo de trascendencia, por nuestro apetito de alcanzar un nuevo escalón en todo lo que hacemos.
Al no sentirnos plenos ni realizados en su totalidad, nos pasamos la existencia completa tratando de lograr lo que el psiquiatra Víctor Frankl llamó “La búsqueda del sentido”. Perseguimos esa motivación que nos mueve a no quedarnos quietos en algún sitio y que nos lleva constantemente a pretender llenar esos vacíos humanos y espirituales que cada ser humano trae consigo. Algunos mueren intentando encontrar eso que llena el corazón y rebose el alma. Mientras que otros, después de tanto buscar, en el día que menos lo esperan, dan con la felicidad anhelada: un encuentro personal con Cristo Resucitado.
Sí, porque encontrarse con Cristo, es dar con la realización del hombre. Tener la experiencia con el Maestro de Maestro, es descubrir que vivir sumergidos en el pasado, metidos en una rutina sinsentido, ya es un cuento, porque el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, ha pasado la página, ha comenzado una nueva historia con nuestra historia, haciendo posible un hombre nuevo y confiado en las promesas de Jesucristo, en la esperanza divina, a la cual estamos todos convocados.
Es precisamente en el tiempo Pascua, donde el hombre ha conocido la novedad de Dios, ha entrado a formar parte de los que han decidido tener como centro y razón de ser a su Creador. Estos lo han hecho porque se han dado cuenta que fuera de Cristo, no hay nada. Se percataron, como dice una canción, de que “La vida es nada, todo se acaba. Solo Dios hace al hombre feliz”. Porque nadie conoce mejor a la criatura que su propio Creador. Esto significa entonces que, fuera de Dios, no hay felicidad, no hay luz, tampoco un sendero que nos lleve a un mejor puerto.
Dice el libro del apocalipsis: “…vi un cielo nuevo y una tierra nueva – porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya” (Ap. 21, 1). Con la resurrección de Jesucristo nuestra condición antigua ha pasado, lo nuevo ha llegado. Ya no pertenecemos al pecado, no somos imagen del primero hombre (Adán), somos herederos de la gracia del segundo hombre (Cristo), ese que nos amó hasta el extremo y ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Por tanto, entremos en la novedad que nos ofrece la Pascua y dejémonos transfigurar por su amor.