Las tragedias que estamos viviendo en el mundo son, ante todo, el reflejo de una profunda crisis humana. Cada vez más, por realismo y no por pesimismo, nos enfrentamos a una alarmante fragilidad en las relaciones humanas, interpersonales, sociales y diplomáticas, así como en la dignidad de la persona. Esta última, sin embargo, posee un valor intrínseco que nos recuerda la grandeza y el respeto que cada ser humano merece, simplemente por el hecho de haber sido concebido. Este concepto de dignidad ha sido exaltado a lo largo de la historia por diversas fuentes, desde las Sagradas Escrituras hasta las enseñanzas de los grandes humanistas y el Magisterio de los Papas.
En la Biblia, encontramos numerosas referencias que subrayan la dignidad inherente a cada ser humano. En el libro del Génesis, se nos dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,27). Este acto divino de creación establece una base sólida para la dignidad humana, indicando que cada persona refleja algo del Creador y, por lo tanto, merece ser tratada con respeto y amor.
Los grandes humanistas también han sido fundamentales para la comprensión y promoción de la dignidad humana. Jesús de Nazaret, en todo su mensaje, ejemplifica la esencia de un verdadero humanista. Frases como: “Ámense unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34) y “El sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sábado” (Mc 2,27), reflejan su profunda comprensión de la dignidad humana. Figuras como Erasmo de Róterdam, con su énfasis en la educación y la paz, y Mahatma Gandhi, con su lucha por la justicia y la no violencia, también han dejado un legado imborrable en este ámbito. Juan Pablo Duarte, también está considerado dentro de los humanistas dominicanos, debido a su exaltación de las ideas libertarias fundamentadas sobre la base de la justicia y de los derechos humanos. Estos líderes nos han mostrado que la dignidad humana no solo es un derecho, sino también una responsabilidad que debemos proteger y fomentar, tanto los gobernantes como los gobernados.
El Papa Francisco, actual líder de la Iglesia Católica, ha sido un ferviente defensor de la dignidad humana. En su encíclica Fratelli Tutti, nos invita a reconocer la fraternidad universal y a construir un mundo donde cada persona sea valorada y respetada. Como expresa en el número 8 de la encíclica: “Anhelo que, en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad”. El Obispo de Roma nos recuerda que la dignidad humana no depende de logros o posesiones, sino del simple hecho de ser hijos de Dios. Su llamado a la solidaridad y al cuidado de los más vulnerables resuena como un eco de las enseñanzas de Jesús, sirviendo de guía para nuestra vida diaria. En este sentido, pide: “Que no falte una atención inclusiva hacia cuantos, hallándose en condiciones de vida particularmente difíciles, experimentan la propia debilidad, especialmente los afectados por patologías o discapacidades que limitan notablemente la autonomía personal. Cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza que requiere acciones concertadas por toda la sociedad” (La esperanza no defrauda, 11).
En el contexto global actual, la dignidad humana debe entonarse como una sinfonía armoniosa que resuene a través de las páginas de la Biblia, los escritos de los humanistas y las palabras del Papa Francisco. Este canto nos invita a ver en cada persona un reflejo de lo divino, de la lucha por la justicia y la paz, y a experimentar la necesidad urgente de construir una sociedad basada en el respeto y el amor mutuo. En Navidad se une lo divino y lo humano (Jn 1,14). Este tiempo y este himno deben inspirar nuestras acciones y guiarnos hacia la construcción de un mundo más humano y fraterno, una necesidad que hoy se vuelve más imperiosa que nunca.