Cuando leemos las novelas “El Quijote de la Mancha”, del escritor español Miguel de Cervantes y Saavedra; y “Laberinto”, de la cotuisana Mélida García, nos sumergimos en el mismo mundo narrativo. Aparece, como relámpago, otra realidad “real” que no vemos.
En “Laberinto”, Mélida narra en masculino, para descuidar el lenguaje, la entonación y el ritmo narrativo; se ofusca en la discriminación detalles. La obra se sitúa en el marco gnoseológico, específicamente en la noción de “locura”, de igual forma en El Quijote, es la locura motivo-guía y tema explícito. Su locura tiene algo inteligente. Laberinto, no renuncia a las voces de los personajes secundarios, lo que resulta difícil localizar un protagonista. Al Quijote, el mundo exterior se le antoja cada vez más loco en la medida en que el escritor mismo se va sumiendo en su propia especie de locura.
La voz de los personajes se funden, integradas, en la voz del autor; los personajes conservan su independencia en la oposición permanente locura/cordura. En ambas novelas sentimos una presencia de la demencia, enajenación mental… suspenso necesario para el desorden de los sentidos de que hablaba Rimbaud.
En función de la contraposición dialéctica de locura y cordura, en un mundo en lo cuerdo suele ser loco y la locura se manifiesta como cordura de contundente lógica, dandi una marcada riqueza simbólica y un equilibrio de la estructura realista. Estas novelas se estructuran a partir del esquema idioestético “enajenación /desenajenación” el cual representa una subjetivación total del esquema “civilización/barbarie”.
Tanto en Miguel de Cervantes como en Mélida García la locura aparece dentro de los móviles y parámetros de un pseudonacionalismo equívoco y desviado del cuerdo.