Nunca dejé de verlo. Fue parte de nuestro pueblo por muchos años.
Pienso que fue construído en la década de los años veinte o quizás del treinta.
Lo construyó Cheíno Ortega, con una mente amplia, para teatro y cine, tenía en la planta baja una nave central para butacas y a ambos lados palcos; para las obras de teatro, su escenario con camerinos a ambos lados, y su cortina de telón; para las películas también tenía los que entonces era un buen telón.
Encima de esa área, los balcones para los espectadores y el cuartito desde donde, “Cholo” Nolasco proyectaba las películas, había también en el extremo opuesto por donde se subía a una habitación. Estuvo diseñado para entrar por la calle El Carmen donde tenía una amplia puerta y dos laterales. Encima de otra área de la construcción, la parte que daba al parque, estaba la vivienda de la familia, pero abajo había un amplio espacio donde se desenvolvía el día a día.
Tata era la hija más pequeña de la familia Ortega Basilis, y junto a sus amiguitas -estoy hablando de la primera infancia- entre las que me contaba yo. Escenificábamos nuestras obras de teatro que sin pasar de diez éramos el elenco artístico y los espectadores de cualquier hora del día.
Después de Cheíno la administración estuvo a cargo de un señor, que no era macorisano, llamado Calero. Si hubo otros encargados no lo recuerdo, finalmente pasó a las manos de la querida familia Pichardo-Rotellini, Jovino y doña Carmelita.
Lo conocí el teatro llamándose José Trujillo Valdez, a la muerte del hijo, Rafael Trujillo, Jovino le preguntó a mi papá (don Purito Rojas) y ahora ¿qué nombre le pondré? y presto mi padre le contestó, ¡oh!, Carmelita, lo que el amante esposo acogió muy complacido.
El Carmelita fue parte de nuestra ciudad, frente al parque central, al lado del Club de Damas, también desaparecido y del Club Esperanza, en la calle San Francisco, lado de los entretenimientos, el lado social del entorno del parque Duarte.
Allí disfrutábamos, por 5 centavos, los matinees con series de Jene Autry, el vaquero cantante, Kid Karson, y la inolvidable Invasión a Mongo, de esos tiempos ¿Quién no recuerda a Flass Gordon, su novia Dalia, el padre de ella el Dr. Zarkof que creó una nave interplanetaria que los llevó a Mongo donde Ming era el rey y Aura su hija, enamorada de Flash, que le salvaba la vida cada vez que lo iban a matar. El corpulento Voltan, provisto de gigantescas alas con las que se transportaba y Barin. Hoy, cuando lean esto, todos sentiremos la nostalgia de esa infancia feliz.
Con la llegada de los refugiados españoles en 1939, llegó entre otros muchos más, Emilio Aparicio con su esposa Antonia Blanco Montes, y Ulpiano, un abogado que se desempeñaba como profesor en la escuela normal; de entre sus alumnos hizo cosecha de un grupo de artistas que escenificaron, bajo tan calificada dirección, unas muy buenas obras de teatro, que disfrutamos en dicho teatro.
Allí se presentaron muchas compañías importantes nacionales e internacionales y los artistas de moda en cada tiempo, pasaron por su escenario, inclusive recientemente preciosas obras de ballet pudimos apreciar en sus tablas.
En ningún sitio se disfrutaron más las películas mejicanas y las películas de acción, como en el cine Carmelita que se sentía más nuestro. ¿Cuántas veces se presentaría en diciembre del 1952 “El Derecho de Nacer”? y ¿cuántas personas irían a verla?
El Carmelita estuvo muy bien administrado por doña Carmela, luego su hija Teresita lo mantuvo largo tiempo y José Pelillo, conocido de todos, nos recibió el pase de entrada muchos años.
Adiós al Carmelita que se lleva no sólo parte de la imagen de nuestro pueblo sino también, muchos recuerdos de infancia, adolescencia y más de los nuestros.
El manto del progreso arropa el pasado de los pueblos tornándolos más modernos y acorde con los requerimientos del presente. Bienvenido sea.